El cordero se acuesta en Buenos Aires

Estaba recostado haciendo huevo. Desde la casetera se escuchaba una de las obras de arte musical que más me ha asombrado: “El cordero se acuesta en Broadway”, el último disco de Génesis en el que participó Peter Gabriel.



La soledad se había tornado intimidad conduciéndome por buen camino, hacia una especie de retiro preventivo. Lo disfrutaba sabiéndome distante de los que explican, ordenan, creen saber, inculcan, manejan y convencen.

Tampoco desfilaba ante mí nuestra famosa Logia de Bajones, así que el tiempo íntimo se lo dediqué a Genesis. Sucede que en momentos como ese, la música envía consignas, al menos eso creo. Entonces comienzo a pensar que las ideas pueden tener influencia sobre el curso de las cosas.

Tocaba su mejor solo el Maestro Hackett cuando sonó el portero eléctrico. Del otro lado se anunció Claudia, de este dibujé una sonrisa y estaba bien.

Llegó acelerada, como siempre. Colgó la campera de cuero auténtico en el perchero, aprovechó para mirarse en el espejo y se acomodó en el sillón rojo mientras estiraba inútilmente su minifalda hacia abajo. Como no paraba de hablar, con delicadeza prestada le ofrecí un vodka a manera de aterrizaje. Casi de repente el ambiente pareció contagiarse del perfume con olor a caro de su cuello desnudo.

Estuvo la noche anterior en casa con un grupo de amigos y en medio de todas las miradas las nuestras se encontraron en varias oportunidades, esto explicaba tanto la visita como mi expresión de alegría. En algunos gestos precisos se notó que algo nos teníamos jurado. Ahí solté mi propia sesión de meloneo.

Ni bien empezamos a hablar se puso mimosa. Contó que estaba en su departamento bajoneada y al salir a la calle quedó cara a cara con la soledad, su desprotección y toda esa historia. En una palabra: el viejo truco femenino trabajando el ulterior traspié masculino.

Parece que no pueden dejar su sueño. Hay algo moviéndose en el vapor y el cordero yace en Buenos Aires.





Claudia es por definición una verdadera escultura. Uno la ve y no puede abstraerse de esas tetas sorprendentes, 109, creo. Una maravilla con la que todo tipo pensante sueña y todo no pensante queda condenado a la felicidad. Podría ir haciendo un minucioso relevamiento de su stock corporal, pero hay un detalle clave que lo explica todo: su nacionalidad brasileña. Hija de una docente argentina y un brasileño putañero que alguna vez, en un viaje relámpago de negocios, embarazó a una solitaria y tuvo que venir a buscarla al recibir la noticia. Por eso Claudia hablaba tan bien castellano: todos los años venía a pasar las vacaciones a una casona de Colegiales y de inmediato era anotada en la colonia de River.

Para nosotros, las brazucas son un mito moderno y tienen bien ganado el cetro. Todo aquel que estuvo en Brasil lo puede certificar.

Quizá alguna vez, cuando abandonaba la adolescencia, mirándose al espejo pensó que su cuerpo estaba en condiciones de aliviar las cosas, al menos por una buena parte de su vida. Será por eso que echó mano a la danza, de modo sencillo, por supuesto. Acto seguido se compró unas pilchas acordes como para estar a la altura de las circunstancias. Salió a la búsqueda de una agencia que la representara, y así, los cabarets y las fiestas privadas sumaron una nueva estrella a su voluminoso e inestable elenco. Me pregunto cómo será darse cuenta de que uno tiene el poder en el cuerpo, que a través de él uno puede conseguir objetivos; que con sólo pararse frente al enemigo y mostrarle esos atributos, éste pasa a estar bajo nuestro pulgar, al tiempo que uno le hace saber la lista de pretensiones. Pero ese es un territorio privilegiado sólo visitado por unas pocas mujeres, las dueñas de la magia, las que saben desatar la locura y te meten un rato ahí, te dan lo que todos quieren tener mientras abren la puertita que indica que, si te portás bien, tenés eso para rato, pero si jodés un poco te desenchufan y le vas a cantar a Gardel.

Del otro lado hay poquísimos hombres con ese poder. Algo que no envidio: no quisiera pagar el precio que esas personas pagan. Quizá lo hagan resignadas sabiendo que ciertas comodidades las seducen más que nada y vale el sacrificio antes que el riesgo, además de ser conscientes de sus propias inutilidades en otros campos.

Para encarar esos shows, que rápidamente fueron apareciendo, Claudia se buscó la partenaire indicada: Alicia, una fiestera de aquellas. Abanderada de la causa sexo, drogas y rock and roll, es decir, una patriota. Contaba con un récord aún recordado en zona norte: una noche de 1984 cayó en la primera de San Isidro con una bolsa de merca, y de la buena. No le quedó otra que llevarse puesta a toda una guardia para salir en libertad, pasando a retiro las vergas de once canas en una noche.

Juntas protagonizaban coreografías basadas en música de Pink Floyd y de cuelgue, pero esto no tenía la menor importancia. Comenzaban con movimientos sensuales, pero ojo que hablo de una sensualidad algo densa, diría que con un pie y medio en lo agreta. Luego aparecían algunos gestos zarpados, lentos, que provocaban al público. A medida que iban quedando desnudas la cosa se tornaba lésbica. Despacio iban cambiando aquello agreta por algo un poco más romántico, pero no mucho, y eso sí, cerraban con un final apoteótico curtiendo guasamente entre ellas, con lo cual se calentaba hasta un ciego.

Tuve la oportunidad de verlas actuar en cierto boliche del barrio de Parque de los Patricios. Un lugar paradigmático clavado en medio de una zona abarrotada de camioneros, muy cerca de la cancha de Huracán. Uno de esos antros en donde, por ejemplo, al ingresar al baño se escuchan las mejores tesis sobre sexología en voz de desconocidos que, al declararlas, nos miran como si fuéramos compinches de toda la vida. En las paredes, además, se leen inquietantes aforismos de sabios anónimos que, tranquilamente, podrían alzarse con la titularidad de una cátedra en Filosofía y Letras.

Sacó de la cartera el papel metalizado. Con el mensaje entre manos fui hasta el botiquín del baño, traje la gillette y se puso a peinar. Cortó seis rayas bien prolijitas sobre la mesa de fórmica, la misma sobre la que hacía los deberes cuando era chico y que mi vieja me regaló. Largó esa risa nerviosa tan típica de los merqueros y la birome hizo el resto.

Adiós mundo cruel.

- Ahh, que lo parió… Alguna vez voy a cortarla con esta turra... resulta que en vez de sacarme la guita un cafishio me la saca la merca... ¿A vos te parece?

- Y, digamos que te buscaste una madama un poco cara...

- Vos no sabés las cosas que hago por esta guacha... hay veces en que me meto en puteríos de cuarta y hago un bardo infernal, loco, con tal de hacerme unos mangos para comprar un puto par de papeles... es un bardo.

- Me imagino. Para eso andá a comprarte varios mogras, salís a luquear por ahí, te encanutás un pedazo para vos y listo... por lo menos vas a tomar gratis...

- No, gracias… ser dealer no es para mí, loco. Vos no me conocés... lo que tenga en casa me lo voy a tomar, de una que me la tomo, y a la larga va a ser más bardo todavía.

- ¡No, si es así mejor ni lo intentes! Yo nunca estuve de ese lado, pero debe ser un garrón. No tengo historia con la merca, si pinta tomo, pero no le ando oliendo el culo, prefiero gastar en alcohol y faso.

- Sí, noté que a vos te cabe más el porro o el alcohol. Las veces que te vi tomar merca me pusiste nerviosa, lo hacés como... con desgano, qué sé yo... sos un hijo de puta, loco. Me acuerdo de las primeras veces que te vi tomando merca… realmente te odié. Me parecía que lo hacías de canchero, qué sé yo, para mí era muy raro eso, y la verdad que no me gustó un carajo... claro. Yo dije: ¿a este chabón qué le pasa?

- Es que no me produce lo que necesito, así de corta, tomo, no la tengo tan clara, por ahora no me da como para dejarla pasar. Pero sé que con el faso es diferente, te copás y escuchás música, leés o te vas al cine, o te colgás hablando, tocando la viola... no sé, te acerca más a vos mismo y a la gente que tenés al lado. A mí me concentra, me hace el camino más corto hacia la reflexión, me cuesta mucho concentrarme sin faso. En cambio con la merca no crecés un carajo, te pone duro y sólo querés más y más y más... al rato estás fisurado, gileando y sin merca porque te la tomaste toda.

- Sí, loco, pero ese es un mambo tuyo, que sos músico y querés curtir otra, pero no podés pretender que a todo el mundo le cope lo mismo, no seas boludo, te quiero ver a vos, loco, en un sauna, revoleando el culo frente a un montón de pajeros de cuarta. Viene un gil que te elige, y nunca se va a dar cuenta que vos no lo elegirías jamás en tu puta vida, y menos para cojer, pero el forro se vino con los billetes y vos tenés que laburar, no hay nada para reflexionar, loco. Entonces, ¿sabés qué hacés? Te tomás una raya y a la mierda, le repetís cuarenta veces todo lo que quiere escuchar, hasta se lo deletreás si te garpa con cambio. Pagó por cada una de esas frases y las quiere cobrar una por una, que eso te quede bien clarito…

- Sí, es verdad, la mía es otra, pero esto que se ve es medio patético, y no hablo de los saunas y todo ese circo, me refiero a la gente del palo que está bardeando mal, mucha fisura. Mirá, ¿querés que te diga algo? Creo que toda esa gente que la marihuana reunió en veinte años se está estropeando con cinco años de merca, es incontrolable. Gente que en la época de los milicos pudo zafar resulta que ahora tiene un par de causas por tenencia o tráfico, otros están directamente hasta las manos… y bueno, hay un gobierno radical, ¿qué querés?… te dicen que está todo bien, te refriegan la palabra democracia, pero en cuanto te dormís te mandan en cana, como siempre.

- Sí, lo veo, los escucho y no les creo nada… en Brasil es igual, todo parece una trampa.

- Pero volviendo, vos te fumás un faso o te tomás un ácido y un rato alucinás, pero después la empezás a tener clara, te da lucidez y hacés algo para vos, para los que están con vos, no vas a producir un carajo para ellos... Pero si te tomás un par de rayas y viene alguno a joderte con ideas profundas le rompés la cabeza, total todo te chupa un huevo… y sobre todo, por más que estés arruinado, te tomás un par de saques y te vas a laburar igual. Y eso a este sistema le viene fenómeno, que hagás cualquier cosa pero que no parés de laburar, hay que producir para ellos. Acá, si legalizan el faso no trabaja más nadie para ellos, loca... y encima nadie se va a creer ninguna. ¿Sabés cuál es para mí la posta? El faso es una revolución interna y la merca es la dictadura externa, así de sencillito. No es que vengo con la moralina de no tomar merca, ¡no! Tomemos, pero sabiendo que no es el faso, que no es el Tao en polvo…

- Chamuyate algo, ¿no?... ¿ves? Ahí se ve que sos fumanchero, hablás un montón, loco… la gente con el faso se cuelga hablando tres horas, te tiran mil anécdotas, se flashea y vuelve, pero ésa a mí no me cabe, me aburre, pero bueno…

- La merca es complicada, se entra por curiosidad y se sale con la certeza de que estás hecho mierda.

- Sí, yo que sé, por ahí tenés razón, loco, con lo de la merca, pero esa es la mía, ¡mirá! Cuando salgo redura a hacer el show miro a los tipos y no me los banco ni ahí, me acuerdo todo el tiempo de los chabones que me dan asco, de los manejos jodidos, de los gordos pedorros… y parezco una puta rabiosa... pero tiene que suceder así, yo no estoy ahí para cambiar mi vida ni la de nadie, estoy metida en ese baile y punto… ¿qué querés que haga...? Si me pongo a curtir otra va a ser peor, pero bueno, no te hagas mala sangre por toda esta historia, las minas decimos estas cosas para, qué sé yo, loco, para decir alguna que al tipo lo conmueva, ¡y sí…! ¡Estos argentinos! Eso es lo que me gusta de acá, ¿ves?, los tipos, los tipos y sus locuras, son increíblemente crédulos.

- Sí, la verdad que tenés razón, somos medio pelotudos con eso.

- ¿no te das cuenta de que las mujeres muchas veces jugamos con esas cosas, nene?, es una forma de seducción que a ustedes les cabe, loco, no sé quién empezó primero, si ustedes o las minas, pero acá, en cuanto te das cuenta que los tipos te empiezan a revolotear y que te quieren cojer, no te queda otra que jugar ese jueguito, si los mismos tipos te lo piden. Pero ojo que a muchas minas les conviene jugarla de santitas y yo las entiendo, porque a fin de mes les rinde. Lo que no me banco es que después esas mismas minas vengan y me manden fruta, si son tan putas como yo…

- Te lo van cobrando en cómodas cuotas.

- Y, boludas no son. Mirá, es fácil: si te das cuenta de que lo que tenés entre las piernas es el tesoro, te salvaste… te puede dar de comer por el resto de tus días, por derecha o por izquierda, o, al menos, mientras tenés un buen lomo, después se verá, o te pescás un inocente que te crea.

- Me dejaste pensando con eso de que nos enganchamos con los dramas de las minas…

- Y, para que te des una idea, te aseguro que en ese sentido los brasileños no existen. Ellos vienen, te hablan para cojerte y una vez que lo consiguen chau... se van y no los engatusás con nada... no hay forma de retenerlos, les importa todo un carajo. Acá no; basta con que a un argentino le digas “¡no sabés lo mal que estoy!” o el archiutilizado “no sé qué hacer”, entonces el tipo se te abroja y pasa a ser tu psicólogo personal, tu médico de cabecera, y tu perrito faldero.

- Qué patético, pensar que es todo cierto…

- ¿Querés la solución? pónganles los puntos, loco… corte de rostro y se termina el histeriqueo. En este país pasa algo increíble, hay mujeres que se sienten revalorizadas a partir de que tienen al lado a un chabón sufriendo por ellas... pero ustedes están todos de la cabeza... ¿cuál es, loco? esas minas en Brasil, y con esa táctica, no cojerían nunca, te lo aseguro. Y si una se pone la mano en el corazón tiene que reconocer que está muy bien que sea así. Si al tipo lo manejás mejor cuando lo tenés bien en la cama... cualquier mujer con dos dedos de frente sabe que es así. Y si no preguntale a las casadas, esas que no laburan, esas minas dan cátedra de cómo garchar para no tener que laburar, al lado de esas yo soy una boluda, pero a su vez soy más sincera, le hago poner la tarasca y después garcho, no le digo cuando llega “Hola, mi amor, ¿cómo te fue?” Pero las entiendo, hay minas que si no se cuelgan de los bolsillos de un tipo no sobreviven tres meses. Además ahí cerca del bolsillo les queda la pija, la chupan un rato y se ligan un par de pilchas.

Claudia acostó su valioso chasis sobre mi sillón rojo, entonces sus piernas cayeron prolijas excitando hasta a los gérmenes que andaban por el piso. Bajo la ínfima minifalda negra brillaba el triángulo isósceles blanco de su bombacha. Algunos cristianos ya habían reflexionado sobre la posible existencia de paraísos situados al oeste en mitologías no cristianas, y yo estaba ahí para dar señales y testimonios.

El diálogo murió de golpe cuando descubrí que ya no hacían falta los desvíos incongruentes provocados por el idioma. Sintetizando, fui hacia ella y punto. 


El chico del spray olvida lo que hizo y el cordero yace en Buenos Aires.




Apoyé la cabeza como un tierno, que en el fondo lo soy, y sus pechos amortiguaron maternalmente mis deseos más perversos. Claudia metió esa mano encendida en mi bragueta y riéndose, mientras hablaba con voz de nena, se preguntaba acerca de lo que podía encontrar. A todo esto yo escalaba esos pechos con mi lengua buscando y encontrando motivos para humedecer aún más. Los pezones morados se fortalecen recordando al neón. 109, hermano, 109... me repetía a manera de mantra. El lenguaje de sus pezones ofreciéndose a mis dedos como en un secreto.

Se levantó, corrió una de las sillas, y a través de ella ascendió a la mesa. Brillaba allá arriba mientras bailaba esa macumba sexópata, una maravilla. Alzó ambos brazos, escondió las manos detrás de la nuca, la pose femenina más sensual, y fue desatando la colita que sujetaba el pelo. La bombacha descendía, parecía trabarse en sus piernas entreabiertas, la tironeaba y volvía a subir. Esta vez su show estaba dedicado a mí, en exclusiva, entonces reuní a todos mis yoes más primitivos y los puse en fila india.

Vino derechito hacia el sillón con su mejor cara de puta. Fue acomodándose sobre ese sexo exaltado que se estiraba y se estiraba, pero con un límite, después de todo cada uno va a la guerra con lo que tiene.

Su pelvis se arrastra rumbo a las llamas en donde está ardiendo mi vieja puerta de madera. Es ínfimo lo visible detrás del humo y sólo queda entregarse a la marea de los sentidos. Sin un escalofrío de más orienté las velas del pequeño barco en la misma dirección que el viento y todos los que somos nos dejamos llevar por el espíritu del mar.

Desde abajo puedo verla en toda su dimensión. Sin ninguna duda ésta es la mejor posición para observar la inmensidad femenina, para convencerse de una vez y para siempre que son la mejor creación, si es que alguien las inventó, por ahí el raro invento somos nosotros.

Danza con sabiduría brasileña el ritmo sexual heredado de los africanos, mientras sus pechos cabalgan hacia mí y nunca llegan. Estoy cautivo ¡qué fantástico! Todos los yoes cantaban a coro, y bien afinaditos: “ev´ry little thing she does is magic, ev´ry thing she do just turns me on...”

Soy ese salvaje reptil que se arrastra hacia su propio capricho atravesando el espeso barro de las noches solitarias. Todos esos trozos de mí ahora son decenas de reptiles multiplicándose. Algunos estallan en el borde, otros alcanzan a sumergirse en la laguna esperando eternizarse, es la supervivencia del erótico más apto.



Tenemos que entrar para poder salir.

La emoción vence al temor y el Superman de modales apacibles está atrapado por la kriptonita. 



Es la fortuna de vivir en un mundo en donde podemos vernos las caras mientras cojemos, quizá el más grande los privilegios. Donde podemos escuchar esos diálogos perversos en tonos inventados para la ocasión.

La seducción bailaba entre sus labios mientras yo escuchaba todo lo que me gusta oír. La tenue luz del velador mostraba nuestras sombras entrelazadas. Mirándolas aproveché a remendar algunas tristezas de los últimos días.

La habitación de treinta y dos puertas está vacía, el fuego allá afuera se deja soplar por el viento cansado y el cordero parece fuera de lugar.

Después de todo eso que sucedió estamos sentados sobre la cama haciendo planes para nosotros, para el show de ellas, con la típica distensión de los satisfechos.



Únanse al baile porque los reyes de Nosedónde han llegado para condecorarnos. Beban y rían.

 





II



Alicia y Claudia tenían un sueño en común, presentar lo suyo en el interior del país. A mí no me parecía algo muy complicado de lograr. Ya lo había comprobado como músico, y después de todo teníamos lista la idea del show. El resto quedaba en manos de Santiago, el representante de las chicas. La comitiva sería pequeña, lo cual es una gran ventaja a la hora de las giras. Los objetivos estaban claros, contábamos con un producto tan popular como necesario y comerciable, y tanto Santiago como yo conocíamos el territorio, de manera que todo estaba a nuestro favor.

Días después nos reunimos con Santiago en su oficina. Un lugar sospechoso por la calle Uruguay, detrás de los Tribunales. Uno de esos edificios viejos llenos de oficinas chiquitas, sórdidas, con lo mínimo a la vista, donde se suelen tramitar partidas de defunción truchas, comprar libretas de casamiento muy baratas, libredeudas de todo tipo, pasaportes y todo el menú que ofrecen los abogados oscuros. La entrada del edificio era antigua pero bien cuidada, supongo que veinte años atrás había sido un lugar catalogado como elegante.

El viejo nos recibió muy bien. Algo solemne conmigo y bastante pajero con ellas. Me observaba todo el tiempo y a los ojos… es que el viejo era un guerrero. Estaba vestido apendejado. Pelo teñido de un color que nunca fue suyo. Enorme anillo con una piedra roja, nada sobrio, en el meñique izquierdo, al mejor estilo Ringo Starr. Calzaba un par de zapatos bien clásicos que brillaban por sí mismos. Traje gris a rayas que le daba un aire falso como para encabezar esa compañía de comedia. Me gustó su lenguaje, esa mezcla de lo profesional con el idioma callejero, con la cuota esencial de lunfardo que hace a estos tipos más creíble. Sin caer en la soberbia sabía dar el aviso de que uno estaba frente a un pillo, como se debe hacer. Era medido en los conceptos, hablaba con autoridad y sabía marcar la cancha anunciando las ideas a seguir pero dejando libre la mesa de diálogo: no imponía nada en forma directa, eso había que interpretarlo.

Sobre la pared estaba colgada una foto de Louis Armstrong y su trompeta. Un poco más abajo brillaba otra de Troilo tocando el fueye en estado de suspensión. En uno de los rincones se estacionaba un barcito rodante a manera de recuerdo. Obviamente de algarrobo y plagado de bebidas blancas. El contrabando de bebidas y cigarrillos significaba su fuente de ingresos durante la semana, lo de representante de minas era sólo un hobby que le permitía ponerla en lugares caóticos de vez en cuando.

Nada de todo eso hacía recordar que alguna vez había sido un profesor de Física en colegios secundarios privados de Belgrano. Con muchos años de casado con una contadora prolija, católica, hija de gallegos, acostumbrada a gustos caros. En un escritorio digno de casa de antigüedades una foto traía a sus dos hijas. Contó al pasar que lo comparaban con Superman. Ni bien le presentamos la idea acordamos poner manos a la obra, estaba entregado.

Tuve desde el principio una información clave como para lanzar el proyecto: el deseo furtivo de Santiago de compartir unos días con Alicia. El veterano estaba muerto con la mendocina y con tal de tener un par de noches ese culo al lado firmaba hasta la pena de muerte. Una gira por lo menos llevaría dos noches, la gloria para él.

En menos de una semana tenía todo organizado. Anoté en un cuaderno una especie de guión de cómo sería el show. Los movimientos, el repertorio de las insinuaciones, la lenta ruta del in crescendo y de qué manera tendrían que desplegar la erótica. Se lo di a una amiga para que lo pase a máquina y le hice cuatro fotocopias. La música era caribeña, mucha percusión y muchos caños, salvo en la entrada, para la que programé el tema “Flying” de Los Beatles, un poco de psicodelia en estos casos viene bien. Alguien se preguntará cómo pensar algo así. Sencillo. Un poco de locura, sexopatía disimulada y una pátina con grasa desprejuiciada, batir un rato con algo de cinismo y a servir.

Las chicas se embalaron con el correr de los ensayos. Cuando llamé a Santiago y le conté por teléfono en qué consistía el show se comprometió a darle curso como para hacer algo así como un ensayo en público.

Por suerte apareció la posibilidad de esa prueba piloto de la mano del dueño de un cabaret en Caseros, aquí en las afueras de Buenos Aires. Un viejo lobo de mar, amigo de Santiago, que de día administraba consorcios y por la noche invertía los intereses que le dan los bancos a espaldas de los propietarios. Allí tendríamos la oportunidad de dar los toques finales. De ver en dónde estábamos parados como para no viajar inseguros, y, de paso, hacer unos pesos para mejorar la producción.

Dos semanas transcurrieron desde la reunión con el viejo y ya estamos yendo en mí auto, un Fiat 128 modelo 73, hacia el cabaret de Caseros. El boliche está a la vuelta de la estación de tren y hasta hace muy poco fue una fiambrería y rotisería, lo que se dice un giro copernicano. En su frente tiene aún ese cartel luminoso en el que alguna vez escribieron la palabra “Paty”. Ahora solo le quedan algunas lámparas que resisten la embestida de otras carnes. Pintaron la vidriera de color violeta mortuorio y sobre la puerta de entrada colgaron la infaltable bombita roja. Sobre la vereda, casi lamiendo el cordón, ubicaron un viejo macetón donde un ficus mostraba el segundo toque surrealista.

Llegamos a una hora en la que ya no había ni un alma en la calle. Sólo se veían borrachos suburbanos buscando un lugar en donde amortiguarse. Colectiveros recordando anécdotas del día, y esos nochedependientes que se aburren esperando el tren y van y vienen por el andén. Quizá se coman un pancho recalentado por enésima vez y con gusto avinagrado, o se pongan a mirar vidrieras oscuras en las que no se distingue un carajo.

Entramos a “Chasqui`s”, escrito así, con ese apóstrofe infaltable de los lugares de cuarta. Pocos parroquianos se veían a esa altura de la noche, pero de inmediato nos tranquilizaron diciéndonos que aguardaban la llegada de un contingente de empresarios, corredores y empleados de una firma local que estaba de “convención”.

Ni bien arribaron los trajeados señores aparecieron en escena dos tipas voluptuosas y un putito que no calentaron a nadie. A las dos minas les sobraba carne hasta en las lentejuelas, y lo del putito fue directamente impresentable. No sé qué hacía ahí, además estaba dado vuelta y parecía un mimo invitado. Me cayó simpático porque se lo veía más allá de todo, transmitía desde otro lado y con una sensibilidad diferente, un artista en medio de amateurs. Luego salió al ruedo un elastizado “gato” escapado de otra historia y de otro tiempo, haciendo algo corto, concreto y sensible. Lo suyo fue un strip tease total que puso de la nuca a varios y eso nos vino muy bien, preparó el terreno como para ir ablandando las tensiones del estreno. De cara se la veía muy pendeja, el cuerpo era una provocación y la actitud gozaba de cierto enojo, algo en el aire hablaba de sadismo.

Y bueno, llegó el momento esperado por todos: ¡Señores presentes, señoras ausentes, supuestamente en casa! ¡Con ustedes... Lucila y Maru!

Luces rojas, violetas y azules. Humo denso de madrugada berreta, aliento contenido de pajas adeudadas, y el aire fresco de la calle desierta entrando por la puerta cada vez que ingresaba algún impuntual. Todo es un homenaje espontáneo a la falta de imaginación, pero al final de cuentas uno a través de todo eso comienza a fantasear, a recrear viejas situaciones no concretadas, a proyectar el irreductible compromiso de pagarnos esa factura perversa que no cuesta nada. Entonces comienza a ascender desde la bragueta una sensación placentera de que todos estamos allí con la calentura al aire, y eso sí que santifica.

El tartamudo de la cabina de luces me pide paciencia para adaptarse. Lo miro y me pregunto qué carajo hará ahí, entonces él me guiña un ojo creyéndose pícaro mientras tartamudea algo ininteligible. Calza una gorra tipo yankee con la visera hacia atrás, lentes culo de botella, y unas ganas tremendas de ver las tetas de Maru. En verdad, el desubicado soy yo exigiendo dinámica y sorpresa a una tortuga de lo más previsible. Pero bueno, haciendo un gran esfuerzo el tarta inventa juegos sobre la marcha mientras comienza a bajar su propia botella de ginebra. Empiezo a pensar que ideas no le faltan, pero descubro marcas de aburrimiento y acumulación de horas mal pagas, lo de siempre en Argentina.

El sonido, calibrado como para relatar un partido de fútbol de primera “C”, amenaza con jugar en contra. Es que los baffles del night club dan testimonio de un pasado tan lejano como accidentado. Los imagino haciendo acrobacia entre los espíritus desorientados de jamones Torgelón que colgaban del techo de la antigua fiambrería, oliendo a queso fontina, a sopresatta o antipasto. Los Beatles, en su momento más ácido, le ponían a la noche una psicodelia que nadie reclamaba, como un testamento involuntario de un pasado que empezaba a ser lejano. Pero para mí ellos funcionan como una cábala, cada vez que arranco con algo los escucho como para que me den energía positiva.

Fui recorriendo el boliche como para tener una idea de las distintas panorámicas. Desde el fondo se veía todo muy bien y el sonido se saturaba menos. Me arrimé a la barra y desde allí se percibía cierto ambiente erotizante que utilicé para regodearme, pero el sonido se tornaba latoso, confuso y el volumen parecía una suma de excesos. Santiago y Aurelio, el dueño de Chasqui`s, rodeaban a su gran fetiche, esa que los tiene perdidamente enamorados, la pequeña caja registradora. La abrazaban con sonrisas y morbosidad de años.

-¡Claro, viejo, esto tenía que tener pachanga! Ahora sí... -dije, palmeando la espalda de Santiago.

-¡Me gusta, pebete, me encanta! Y claro, con salsa es otra cosa... ¡mirá cómo se mueve la gente! ¡miralo a ese gerente cómo mueve la sabiola!

A Santiago lo vi excitadísimo.

-Al mozo lo llaman a cada rato…

Aurelio encendió su mirada adrenalínica.

-Es que lo anterior era muy amargo, yo diría que hasta poco profesional, ¿no te parece?

-¿Qué te puedo decir, pebete? Para mí está fenómeno. La verdad que te pasaste. Claudia me habló bastante de vos... me contó que le armaste la música y que le diste varias ideas... me contó que sos guitarrero… Hasta me contó que está viviendo en tu casa...

Y agregó codeándome.

- Yo me entero de todo, pebete… un tipo de la noche tiene que interrogar a los testigos. Y hablando de todo un poco, ¿qué tal eso de colocarla todos los días con una vedette, eh?

Guiñó un ojo y palmeó mi brazo mientras se reía groseramente de su chiste boludo. Pero no fue de desubicado, el viejo era así, propio de su fauna.

-Y... había que ensayar el show todos los días...

Seguí el juego.

-¡Con este show damos el sartenazo, tri-tri! Vamos a andar muy pero muy bien. Ahora que lo veo, recién puedo empezar a pensar en cómo venderlo, en el interior nos va a ir de perilla… yo sé lo que te digo, pebete. Pero eso sí, hay que cuidar el espectáculo ¿eh? Vos me entendés… -dijo con el mismo entusiasmo de un director técnico del ascenso.

Ellas ya están en bolas cuando a través de los parlantes de feria comienza a sonar una rumba que contagia su vértigo caribeño. Varios comienzan a hacer ritmo golpeando los vasos. Algunos de ellos dan una clase abierta acerca del uso desajustado de la síncopa.

Las frustraciones de los tipos van montadas sobre esos culos coloreados. Cabalgarán enceguecidas por su sinrazón y al final serán revoleadas sin causa ni destino. ¡Qué maravilla! A esta altura todo es un congreso de fanáticos que se atornillan en un solo andarivel: el del sexo. Claudia, con mambo de porro, tiene una actitud más fiestera y entonces logra calentar y divertir a la vez, algo difícil de conseguir. Sus pezones vuelan de pared a pared, se cachetean y varios acusan el golpe, por supuesto que yo también.

Qué poder el de algunas minas, un poco de reparto de calentura, alcohol, música de fondo y los tipos que de día cagan a cualquier gil acá los tenés haciendo la fila para ser desplumados de la manera más idiota que uno puede imaginar. Porque todos estos que están en el cabarulo en sus empresas son leones y acá los veo disfrazados de bambi, con una cobardía tal que con dos tetas los ponés contra la pared y con un culo meneando los fusilás en nombre de la libertad. Pensar que uno los ve con una actitud tan cruel, no te dan bola así le relates tu peor desgracia, te hablan y no te registran, te escupen con la mirada, se alimentan a base de hierro, pero vienen acá y las minas le arrancan esa guita que nos roban, la justicia de la concha es la mayor aliada de los trabajadores.

-¡Esto es hacer jugar juntos a Bochini y Maradona, pebete! ¡Tenés que laburar con nosotros, nene, nos vamos a llenar de guita!

Santiago estaba chocho y algo borrachín.

-Ya armamos lo artístico, ahora te toca hablar a vos... tenés que organizar la venta...

-Vos dejá nomás, que algún chabón chamuye al cuete, y sacudile tu firulete... Lo único que espero es que no te pase como a todos... que empiezan bien, con muchas ideas, embale, pero después te vienen con los ataques de celos y todo se va al diablo... esta vez sería una pena… no me fallés, pebete…

-¿Pero vos qué te creés que con Claudia estoy haciendo un curso veloz de redentor? - pregunté con cierto desdén al tiempo que me arrepentía de esa actitud.

-¿Sabés qué pasa, nene? ¿querés que te bata la justa? Yo llevo muchos años en esto, ¿viste?, y vi sufrir a varios muchachos, ponerse mal y terminar en un teleteatro terrible... ojo al piojo que yo los entiendo, ¿eh? No soy un otario tocando de oído… es que es muy jodido bancarse ver a tu jermu en bolas y haciendo todo ese circo, con los pajeros baboseándola todo el tiempo, la cana y la falopa dando vueltas, los bacanes ofreciéndoles el oro y el moro... esto no es fácil, pebete. Ahora, si te la bancás la pasás de prima... y por ahí… hasta te salvás… ¿quién te dice? todos alguna vez pasamos por esto, y mirá cómo le seguimos dando vueltas a la calesita… acá no hay que sufrir, nene, te lo digo de verduqui. Acá, hasta que dé, hay que juntarla, y cuando no da más jugo, levantamos campamento y armamos la carpa en otro pueblo...

-Quedate tranquilo, Santiago, yo sufro por otras cosas. Lo que hace ella me copa, nos conocemos hace rato y tenemos buena onda entre nosotros, y ahora nos juntamos para hacer esto... pero si no fuera así, te aseguro que en esta ni me anoto.

Santiago no podía despegar la vista del show. Es que la mendocina se refregaba las tetas con un consolador enorme, en una escena que alguna vez vi en una porno italiana. Se lo pasaba a Maru entre las nalgas, amagaba entrarle, lo subía rozando la espalda y se lo llevaba a la boca, lo relamía con su mejor sonrisa para humedecerlo y volvía a la carga. Cuando penetró a Maru se escucharon gritos como si fuera un gol de la selección. Claudia se dio vuelta de inmediato, y mirando al público, puso una cara de monja sorprendida que quedó para un poster en alguna gomería del Vaticano. Era una maestra. Espectacular y glorioso.

Aurelio, el gordísimo dueño del cabaret, corría por los campos de la gloria detrás de los empresarios que estaban tomándose todo y aún más. El show fue todo un éxito y la cana no jodió para nada. Estaban ahí de civil, fichando todo, pero emulando estar de licencia. El cuadro de situación de una noche robada a Bocaccio.

Una vez terminada la intervención, fuimos al camarín de las estrellas.

- ¡Joya, loca, estuvo todo bárbaro! ¡Esto es posteridad!

Entré a los gritos y con una euforia casi sincera.

- ¡Grande, Flenin, con esa música es distinto... dio vuelta todo! Fue mucho más fiestero.

Claudia se colgó de mi cuello. Era feliz y yo también.

- Bien, Alicia, once puntos...

- ¡La verdad, chicas, para el bronce! ¿eh?

Santiago levantó su vaso de whisky como una copa de campeón.

- Y para que vean la magnitud del éxito obtenido les cuento una primicia: nos ofrecieron hacer un show semanal acá y otro en un boliche en San Miguel, que es de los mismos dueños. Las fechas las manejaremos de acuerdo a las reservas... pagan bien y el trato es digno.

Aurelio me pidió que sea el portavoz de la gran noticia.

En el camarín, Santiago no hizo otra cosa que adular a Alicia. La mendocina, pilla hasta la coronilla, le daba poca bola, bordeaba el desprecio, y entonces el viejo más se entregaba a un juego sadomasoquista que él amaba. Sus labios movedizos se iban en promesas susurradas. Unas manos lascivas amenazaban tocarla pero ella sabía esquivar como un boxeador. Hablaba algo por lo bajo y Santiago se acercaba a preguntarle, entonces ella volvía a cambiar la posición. Alicia se quitó la remera para ponerse un corpiño negro de encaje, algo le preguntó y el viejo balanceó la cabeza sin comprender poniendo su mejor actitud de fisgón. Yo le hablaba a Claudia pero en verdad los observaba jugar un juego del que no me gustaría participar como protagonista, salvo que con los años una vida cruel determine lo contrario.

En los rostros de las chicas apareció la esperanza de poder trabajar más relajadas. Con suerte ya no tendrían que batallar solas para conseguir poco, cuatro personas en esto representan una multitud y ellas lo sabían. Llevaban tres años de carrera y la lucha era cruel y mucha porque nada es tan sencillo como parece. La noche es demasiado áspera.

Regresé a la barra. Me senté en una butaca alta, de frente a la gente que trataba de verse y charlar en medio de un humo que flotaba casi inmóvil. Miré alrededor de acuerdo al indolente giro de mi cabeza y vi a todos con un aire de satisfacción. Sentíamos que se había ido el primer polvo de la noche. Nadie revelaba ningún secreto, ni siquiera se movían a tiempo, pero las caras transpiradas mostraban una alegría casi de posguerra. Para ese entonces el rumor de la música era lejano, casi indescifrable, como en un sueño o la escena final de una película de realismo italiano.

Al cabo de unas horas los bafles distorsionaban a lo bestia, pero esto carecía de importancia. Es que la panorámica desde la barra tenía la crueldad de lo explícito. Ya no importaba esconder el cansancio y el placer artificial que alguien nos prestaba era estirado hasta el límite. Quizá ahí estaba lo desalentador, pero todos pactamos en silencio y miramos para otro lado dándole las espaldas a los psicoanalistas.

Las mujeres iban y venían pero sin ansiedad. Revoloteaban como abejitas sedientas en un vivero. Cuando se sentían seguras clavaban su aguijón de lentejuelas en algunas de las flores de plástico de alguna maceta trajeada. Las billeteras lujuriosas soltaban el más preciado néctar, ese que inundaba la noche de discursos sin oyentes. En una de las paredes del cabaret un atrevido espejo se tragaba imágenes para, quizá, nunca más devolverlas. Era un travieso secuestrador de olvidos al que nadie podía detener, hacía su trabajo en silencio y sin gestos. A esa altura esto no importaba, si es que algo importaba, porque para ese entonces Caseros estaba muy lejos del planeta tierra.

Aunque la luz que emitía el hombre de la cabina era muy brillante, en la noche no había ninguna víctima blanqueada: era un desfile de sombras irrecuperables. Los insectos bailaban en su propia fiesta alrededor de las lámparas antiguas. Se enceguecían moviéndose torpemente, como previendo su final. Se iban a quedar ahí, dando vueltas deformadas, mareados por el tabaco que ascendía como buscándolos y ellos se dejaban atrapar, tan resignados como los tipos, que un poco más abajo también chocaban desorientados con un vacío falsamente iluminado.

Excepto el dueño del circo y sus leonas hambrientas todos estaban tan borrachos como para empezar con las piruetas. Nosotros con el dinero en la bolsa iniciamos las acciones que anuncian la partida para dentro de un rato.

Con Santiago decidimos ir a sentarnos a una mesa del fondo, tomar un whisky para esperar a las estrellas bizarras.

- Tengo un par de interpretaciones para darte sobre lo que acabamos de ver.

Santiago puso una cara que no le conocía, ahora sí parecía un profesor.

-Espero que sean copadas -dije dudando un poco.

-Mirá, pebete, esto se puede graficar con algo de la dinámica, que, oh casualidad, es una palabra femenina, lo digo pensando en el movimiento de las chicas en relación con las causas que producen. Las tetas de Maru, el culo artístico de Alicia, son fuerzas que actúan con un fin determinado, ¿me entendés?

-Sí porque estamos hablando de físico y no de física…

-Podríamos decir que la dinámica describe los factores que son capaces de producir alteraciones de un sistema físico…

-Vos no sabés cómo se pusieron los chabones de la empresa, cómo se les alteraba el sistema físico…

-Una cátedra en el arte de pasar de reposo permanente al reposo transitorio… es que viendo esos culos no se puede hacer otra cosa… ¿pero sabés lo bueno de las minas, pebete?

-Si te tengo que hacer una lista…

-Lo bueno es que te devanás los sesos estudiando física durante siete años, entonces podés interpretar muchas cosas que hacen, o podés comprender el estado en que queda la materia después de la acción de una mina, pero lo que nunca vas a saber es por qué lo hace… o cuándo lo va a hacer. Son la sorpresa, otra palabra femenina.

-Yo cuando entro al baño y veo la bombacha de la mina colgando en la canilla de la bañadera, en estado de reposo… flasheo… no conozco un fetiche más hermoso, y si es negra me compro todos los pasajes.

-Y volvés al dormitorio, la ves acostada, dormidita, y te vas acostando despacito y te acordás que la fuerza de rozamiento tiene dirección paralela a la superficie de apoyo…

-Más bien…

-Entonces el coeficiente de rozamiento depende exclusivamente de la naturaleza de los cuerpos en contacto, así como del estado en que se encuentren sus superficies.

-¿El coeficiente? Yo soy un muchacho de Villa Crespo, Santiago, un primitivo que lee libros, un curioso… pero ahí pierdo todo contacto con el coeficiente.

-La fuerza máxima de rozamiento es directamente proporcional a la fuerza normal que actúa entre las superficies de contacto, ¿sabés lo que es eso, pebete?, el éxtasis.

-Eso es una masa…

-Yo te voy a dar un consejo muy importante: en física nunca confundas peso con masa, ojota con eso. Mirá que en un campo gravitatorio constante la fuerza que ejerce la gravedad sobre un cuerpo, su peso es directamente proporcional a su masa.

-No te calientes, yo antes de todo me fumo un faso y quedo livianísimo, además ahí sí que me llevo bárbaro con la falta de gravedad.

-Nos vamos entendiendo, pebete -dijo con una sonrisa de borracho relajado tramitando un borracho descomprimido.

- Medio peposo lo tuyo…

- ¿Eh?

- No importa, yo me entiendo…

Las chicas estaban cambiadas y con un desgaste notorio. A nuestro alrededor varios empresarios apostados en la barra repartían tarjetas a cuanta mina se les arrimaba. No les importaba descender en el escalafón a meros promotores de su propia decadencia.

Cuando estoy saludando al iluminador se me acerca una mina. En primera instancia no la reconozco, pero enseguida la recuerdo. Es aquella que hizo un muy buen strip tease y ahora estaba haciendo barra.

-Perdoname, ¿vos sos Flenin?

Su voz producía automáticamente una erección.

- ¿Vos sos promotor de Maru, no? Bueno, mirá, estuve hablando con ella en el camarín... bueno, yo quería charlar con vos. Mirá, acá me viste haciendo esto, un poco de barra, pero en realidad lo mío es el show, soy cantante... pasa que no sé cómo armarlo, por ahí podemos encontrarnos, te llevo material y vemos... a lo mejor se te ocurre algo copado.

- Mirá, ahora me estoy tomando el palo, estoy fisurado. Le estoy dando una mano a Maru con la música, la producción artística, pensamos hacer un toco de cosas, pero, qué sé yo... por ahí te puedo tirar un cable... anotá mi teléfono… y… bueno, hablamos, te venís a casa y vemos...

- Me dijo Maru que el viejo que está con vos tiene una agencia...

- Sí, por eso te digo que me llames... Santiago está en el asunto y no parece un tipo jodido, si lo encaramos juntos y con un libreto armado, seguro que se engancha. No te calientes que yo lo converso con él y arreglamos unas fechas, el viejo confía plenamente en las cosas que le llevo. Lo tuyo es bueno, ¿eh?, me gustó, sólo es cuestión de producción, así que quedate tranquila.

- Anotá mi teléfono, me llamo Olga, lo de Lorena es para acá... porque si en la pensión preguntás por Lorena te van a cortar... - confesó con desilusión y resignada.

Agarré una postal que estaba sobre la barra, tenía una foto del viejo puerto de La Boca. La doblé y en la parte de atrás anoté el número.

Por una puerta adyacente salimos a la calle. La noche del debut quedaba atrás y la profesora de educación sexual dijo que habíamos alcanzado un buen promedio. Chasqui`s se acomoda bajo sus luces suburbanas y el ruido del tren retumba en la estación Caseros, dicen que trae tristezas de José. C. Paz y que sueña con pasarlas a Retiro.


Es el gran desfile de los envases sin vida, listos para usar. Es el gran desfile de los envases sin vida, sólo necesitan un fusible.





III



Emprendimos el regreso a Vigilandia, que fue rápido ya que no había tráfico. Pudimos atravesar el destacamento de la General Paz con todo en orden, se ve que la policía iba en otra frecuencia y entonces no jodió con preguntas impertinentes ni peajes extraños.

Dejamos a un Santiago exhausto en su bulín de Villa del Parque. El viejo estaba en ganador y tenía sus razones: Alicia se quedaba a dormir con él y así la vejez sufriría otra derrota humillante. Tanto bregar tuvo su premio, eso me gusta de estas minas, saben reconocer las cosas y te regalan algo que consuela unas horas y quizá para siempre.

Vigilandia se poblaba de gente apurada por ir a producir cosas para que consuma otra gente. Se inundaba de colectivos que rendían culto a la falta de respeto por los trabajadores, y veía con mirada indiferente cómo sus linyeras eran zamarreados por policías inescrupulosos. Los diarieros atajaban el fardo de diarios revoleado con puntería desde las camionetas. Los cadetes lavaban las veredas de los bares y la noche se iba caminando despacio hacia su escondite secreto.

Enseguida llegamos a Villa Crespo. El bar de la esquina de casa, en Thames y Corrientes, ya había realizado el recambio de personal y todos tenían un aspecto más serio y distante que los de la noche. Los parroquianos que se veían no hablaban entre sí, y cada uno leyendo su diario aparentaba tener sólo un plan individual.

Nos arrastramos por el lúgubre pasillo del edificio, que tiene esa marmolería tan deprimente. Entramos a casa, un dos ambientes que por ese entonces alquilaba en un viejo edificio en Thames y Vera. La responsable de todo esto es esa puta ley de alquileres que nos cambia el paisaje cada dos años sin poder elegir. Pero uno eligió el camino del arte, camino que nunca conduce a las inmobiliarias.



Tenemos que entrar para poder salir.  
 
 

En el departamento el olor a encierro prepara las armas y estoy dispuesto a combatirlo sahumerio en mano. El polvo que rodea es devuelto por las paredes blancas, ¿blancas? Tengo que agradecer a la eterna magia del tiempo las uñas afiladas de mis días.

Claudia deja la cartera sobre el radiograbador taciturno, se quita la ropa y se queda unos segundos mirando la foto apoyada en el modular en donde se puede comprobar que una vez yo también fui chico. ¿Qué pensará esta mina de mi vida? Sus tetas vienen saltando de contentas. Al llegar frente a mis ojos acabados pone entre ellas el papel metalizado y espera la señal del guardián de la plaza.

-¡Cortala, loca, si querés hacer alguna te armo un faso y nos relajamos... pero no me rompas las bolas con la merca!

-¡Eh, loco, qué agreta!

-Disculpame, está todo bien... lo que pasa es que necesitamos dormir, loca, lo de hoy fue muy fuerte, respetémoslo y descansemos para disfrutarlo... si nos ponemos a tomar merca vamos a empezar a hablar pelotudeces, se va a hacer el mediodía, vamos a estar hechos mierda y no vamos a poder pegar un ojo, y eso no nos sirve de nada... bueno, vení, no te enojes…

- Me retaste... sos malo... te salió el vigilante de toxi.

- No te digo tirame la goma porque soy un caballero...

Acaricié sus pezones rodeándolos con mi pulgar y el dedo índice, girándolos como si quisiera subir apenas el volumen de una radio que sólo transmite para mí. Ella fue tomando mis dedos de a uno y los mojó con sus labios pintados. La respuesta erótica no se hizo desear y los dos aviadores nocturnos ahora vuelan con rumbo a una ciudad humedecida.

En plena madrugada desperté con unas tremendas ganas de mear. Me paré frente al inodoro, abrí la bragueta, apoyé la mano izquierda sobre la pared y fue como otro orgasmo.

Retorné al dormitorio tranquilo y me quedé unos segundos viendo a Claudia dormir. Aproveché para correr la colcha y quedarme un ratito mirando esas curvas maravillosas. ¡Cómo me gusta espiar a las minas mientras duermen! es bárbaro porque tengo licencia para soñar sin que la mina ni nada me interrumpa. Puta que es fascinante mirar lo desconocido.

Ese buen culo también necesitaba un merecido descanso luego de soportar estoicamente tantas flechas envenenadas, y, quizá, al despertarme, iba a pedirle un pequeño favorcito. Volví a observarlo: “buenas noches, que descanse; hasta mañana si dios quiere... no sé dios pero yo iba a querer seguro”.

Me acosté en cámara lenta, los mosquitos detuvieron la marcha y la luz partió en tiempo imaginario. Cerré los ojos. No estaba en condiciones mentales de hacer ningún balance diario. De a poquito fui vaciando la memoria dejando mis cosas en manos de aquellos angelitos protectores de los que se portan mal. Un lánguido bienestar se evidenciaba en el ambiente, las cortinas se inflaban apenas por el viento filtrado de las ventanas mientras se escuchaban voces perforadas por la mañana provenientes de la calle.

Dicen que siempre hay magia en el aire. Dicen que las luces brillan eternamente en Buenos Aires. Tenemos que entrar para poder salir, tenemos que entrar para poder salir... el cordero repetía con enferma mecanicidad. Quizá contaba humanos que saltaban y saltaban la cerca buscando conciliar el sueño, pero la tarea lo aburrió casi de inmediato. El cordero ya duerme en Buenos Aires.

 

Comentarios

Entradas populares