Flenin en Vigilandia
Estos relatos sucedieron entre 1976 y 1986, años de desconcierto, caos interno y externo, matanzas, desapariciones, resistencia, creatividad que iba cambiando a medida que las tensiones empujaban.
Mientras estos personajes se deshacían de fantasmas, el horizonte jamás dejó de alejarse. Se atrincheraban para no desaparecer, mientras se aferraban a ideales que improvisaban sin destino. Encontraron la amistad, caminos hacia uno mismo, el amor, la locura, el deseo de sobrevivir a los naufragios de un país errático.
Hubo quienes los definían como un grupo de conspiradores que solo soñaba con esconder la angustia. Que a veces volvían a las sombras con el distorsionado placer de percibir otra realidad. Se reunían y hacían fuerza para no sentirse abandonados, a veces trayendo soluciones rabiosas, o un espejo en donde un brillo borroso, cuasi artificial, devolviera los servicios prestados a las ensoñaciones.
Villa Crespo no es un barrio más de Buenos Aires: oculta un micromundo que, por suerte, muchos desconocen. Quizá estos personajes solo habiten ahí, por ser los únicos que dialogan con las sirenas, cuando cantan y cuando abundan en su temerario silencio. Eran varias las voces que se escuchaban por esas calles. En los barrios, ya sabemos, las brujas cumplen otras funciones.
Un secreto barrial rumorea que Flenin crea la definición “Vigilandia” en una noche de invierno de 1977 en el bar “Mi rincón”, en la esquina donde nace la calle Bonpland, justo frente a la iglesia. Esa calle que huye entre colectivos suburbanos y camionetas destartaladas, atraviesa a oscuras Palermo viejo, para finalmente morir frente a los cuarteles militares.
Hubo jóvenes que también protagonizaron estos sucesos y no vivían en el barrio. Llegaban desde otros lugares, intuyendo que algunas cosas que deseaban estaban precisamente allí, en Villa Crespo. Se hablaba de una mística que lo confirmaba, de tacheros que insinuaban por lo bajo. Se mentaba que ciertos colectiveros indicaban exactamente dónde bajarse.
Por supuesto que, durante aquellos años, Flenin recorre Buenos Aires, intenta conectarse en otros barrios y a veces lo consigue, pero a costa de esfuerzos descomunales, hasta con la ayuda de sustancias que lo guíen.
Las situaciones aquí narradas ocurren, primero, bajo la dictadura cívico-militar; luego, durante un período democrático que hereda tantas cosas de los militares y de la policía que viste un disfraz de civil que a muchos no engaña. Son fabricantes de desilusiones a quienes no se les debe comprar las máscaras.
Historias de villacrespenses que solían repetir aquel axioma futbolístico que dice “Cuando tenés la pelota, no te pueden atacar”. Años después, una mujer recordó algo que le dijo el propio Flenin cuando prometió escribir solo recuerdos: “No soy escritor, solo soy un historiador de mis propias sensaciones, peleando contra el mito del sentido común”.
Jorge Garacotche
Muy buena tu pluma Jorge!!!
ResponderEliminarGran narrativa, es atrapante !!! muuuuy bueno!!
ResponderEliminar