LA BALSA
La Balsa
Navego. Navego y
voy hacia ese mar interno en donde sólo se pueden ver pequeños barcos
anestesiados. La bruma dormida que no extraña a la serenidad parece herida, se
desplaza con cautela, sabiendo que nadie dará la estocada final.
Hoy decidí sacar
de paseo a mis reservas emocionales, y allá voy atravesando calles, llevándolas
de la mano como un padre separado a sus hijos en la visita de cada domingo, si
es afortunado y su ex le da los pibes. Voy con rumbo a un concurso de
fantasmas.
Pasé por la casa
de mis padres, en la calle Belaustegui 833, casi Cucha Cucha, en uno de los
costados adoquinados de Villa Crespo. Compartimos recuerdos, sobre todo con mi
viejo, añorando las hazañas del Independiente de los ’60, el de los ‘70 y sus
copas. Recitamos por enésima vez la eterna delantera que a mi viejo le marcó el
rumbo de la belleza: Maril, De La Mata, Erico, Sastre y Zorrilla, magia nunca
vi. Después comimos algo rico hecho por mi vieja y seguí. Encontré conocidos
del barrio, aquellos que nunca
llegarán en el momento justo y para colmo cuentan cosas que ya no me interesan.
Volví a sentir esos olores que quizá estén más en mi imaginación que en el aire
del barrio porque, oh casualidad, empecé a descubrirlos con el correr de las
mudanzas.
Temí por el pasado, no tuve imaginación para el futuro y
sentí asco por este presente insulso, berreta, largo y angosto como una espada.
Atravesé el corredor de los desplazados de mundos internos y externos, y nada.
Encendí un porro y seguí caminando. Llegué a la avenida Juan B. Justo cuando ya
estaba colocado. Miraba los autos, los bondis de colores, los negocios en donde
sólo venden cosas para los autos, siempre en la puerta están esos tipos que
hablan de paragolpes como si fueran culos, y de faros, como si fueran tetas.
Jamás los voy a entender y es un privilegio. Caminar por Warnes nunca fue lo
mío, solo es una calle que atravieso aplanado.
Una sensación invadía el espacio en cada movimiento, la de
mutilación. Fue el momento de recordar aquellas películas en blanco y negro
basadas en cuentos de Poe, en donde el tipo, harto a más no poder, sacaba un
fósforo, lo revoleaba con todo el odio a su alcance y entonces, sí, provocaba
ese incendio tan soñado que arrasaba con la casa, su gente, la historia, todo y
de una puta vez. Luego corría por entre las llamas pensando que ese era el
merecido destino. Al final, en la cara del tipo se acomodaba una bronca
congelada, pero iba asomando ese torvo alivio que deja el odio cuando acaba de
saciarse.
Villa Crespo hoy le rinde tributo al aburrimiento. Se
aquieta, trabaja una repentina tranquilidad que no parece suya. Lanza sus
calles como túneles hacia el olvido y envejecemos un poco más.
Todos pasan, nadie escucha nada. Ni siquiera hay un rumor
que me perturbe. Somos máquinas sin manual que ya no responden a nadie,
corazones cobardes que van perdidos y sin pensamientos en los pensamientos.
Pasan cuatro pibes, de esos religiosos judíos, que exhiben
sus ridículas trenzas. Me pregunto si tendrán idea de lo que se están
perdiendo. Pero allá van, a confesarle sus banalidades a ese dios que junta
frenillos en la sinagoga de Camargo. Qué hijos de puta los padres, qué manera
resentida de arruinarles la vida. Alguna vez se sentarán todos los religiosos a
lavar sus culpas, se necesitarán millones de lavarropas.
Navego y voy. Colecciono puertos sin gloria como un barco
con rumbo al desaliento. Llego otra vez y otra vez a no sé dónde. Toda mi vida
fue así, o al menos eso creo ahora que estoy masticando el bajón. Nunca supe
entender qué es lo que pasa, ni siquiera desde dónde entenderlo, como dicen los
psicólogos, si es que dicen algo. Lo único que siempre tuve entre mis manos
fueron las aburridas noticias de un hundimiento lento, sin antorchas ni
bengalas.
Cruzo la avenida Corrientes en medio de una serie de
turbulencias ridículas que nada tienen que ver con la acción. Recuerdo cuando
en pleno 1976, en esa misma esquina de Juan B. Justo y Corrientes, presencié el
secuestro de una militante. Una mina joven. Estaba embarazada y la cagaban a
culatazos. Cuando cayó en la vereda la agarraron de los pelos y la metieron en
el piso del asiento de atrás de un Falcon verde. La mina gritaba el nombre y
apellido y enfrente, dos tipos se desesperaron por cruzar a ayudarla. Cuando
los cuatro Falcon se iban comprobé que ninguno tenía patente. La gente que
estaba ahí comentaba en voz baja que eran de un comando guerrillero, quizá de
Montoneros. Yo sabía que era la cana, o los milicos, ¿quién carajo iba a
intentar una movida así y con tanto despliegue de violencia?, solo personas que
se reconocen impunes. ¿Qué otra clase de insecto, que no sea un milico, iría a
golpear salvajemente a una mujer embarazada? Me enojé con la gente y para
siempre. No pensaban en el dolor de la militante, sólo justificaban el salvaje
accionar de la yuta, incluso algunos arriesgaron que podría ser una de las
últimas escaramuzas de la guerrilla antes de que los militares terminen de
poner al país en “orden”.
El gran problema de Argentina no figura en ningún estudio,
ningún libro, y es la cantidad exorbitante de boludos y de hijos de puta. Por
eso todo es tan difícil, esto es algo que alguna vez tendremos que solucionar
en forma drástica, porque de lo contrario estos ciclos vendrán a visitarnos de
vez en cuando. Si en Argentina sumamos la cantidad de boludos y la de hijos de
puta nos vamos a encontrar con una cifra aterradora. Me pregunto cuándo fue el
tiempo en el que los boludos decidieron multiplicarse como conejos, también los
turros, porque los verdaderos hijos de puta son pocos, los tenemos fichados, lo
que pasa es que tienen muchos imitadores y no replican bien todo eso, son
desprolijos, se marean enseguida, pero como constantemente lo están intentando,
agrandan el número generando mayor peligro. Un boludo intentando ser hijo de
puta es algo trágico e inmanejable.
Clava los frenos un bondi de la 166 y descarga el rutinario
tour de abandónicos suburbanos. Carga otro, más o menos parecido al resto y
sigue de memoria, aislado de toda comprensión. Mientras lo veía dejé caer los
brazos para verlos perderse y sumarse a la silueta escueta de una ciudad
miedosa. Cruzo las vías del Ferrocarril San Martín. Puteo por enésima vez porque
la estación no se llama Villa Crespo y vuelvo a maldecir al pelotudo que la
bautizó Paradero Chacarita. Y sigo. Me dejo tragar por la aburrida boca de
subte de la estación Dorrego, voy en su bostezo desinflando mis hombros.
El viaje no tiene tiempo, sólo sucede. Una linda mina se
acurruca raspando el traje impecable de un pibe con pinta de boga recién
recibido, ambos se intuyen, no se hablan, son gestos y miradas, besos y
sonrisas, tienen esa suerte que miro de lejos. Atraviesa el vagón un viejo,
ofrece estampitas de algún santo inofensivo, observa con desazón a la pareja,
como a través de un vidrio empañado. El ruido es ensordecedor y al cruzar por
debajo del arroyo Maldonado llega un olor a fin del mundo que siempre genera el
comentario de los pasajeros novatos que no conocen el barrio. Una mujer y su
rostro vacío yacen junto a la ventanilla, seguro que si le contara lo que estoy
pensando comenzaría a hablarme de sus cosas. Allí va el solidario que compró el
diario para que cuatro o cinco muertos de hambre lo espíen y se tomen el
trabajo de disimularlo.
Bajo en la estación Callao:
–Flaco, éste me deja en José C. Paz?
–¿Eh? No, loco, este es el
subte, no el tren.
–Pero hoy lo tomé en José C.
Paz y me dejó acá.
–Ah, bueno, yo salí a flashear
pero vos me la complicás, loco.
–No te entiendo…
–Ah, porque yo te entiendo
hasta la letra chica.
–Calmate, vamos de nuevo. Te pregunté
porque tengo que volver y no sé si este es el andén del que va para José C.
Paz.
–No, se ve que tomaste el tren,
el San Martín, ¿te acordás? bajaste en Chacarita y subiste al subte en Dorrego,
no registraste el viaje en tren… ¿vos tomaste algo esta mañana?
–Claro, claro, tomé el tren en
José C. Paz, eso te estaba diciendo pero vos no me entendés, loco.
–Mirá, hagamos una historia:
yo subo a la calle, arriba hay una avenida, te prometo que me voy a
tranquilizar y vos te tomás el subte que viene atrás y te bajás en José C. Paz.
–Buena, loco, ¿ves que sos un
capo…? era cuestión de explicarte con onda y me comprendés…, quedate mosca que
está todo bien, vos subí tranquilo…
–Sí, aunque hace dos horas que
no paro de bajar y mal, pero bueno, se ve que confundo subtes con trenes.
–Y… tené cuidado… ¿vos qué
tomaste esta mañana?
–Si te digo lo que tomé vas a
pensar que comparado con vos soy un careta…
Me apuro, no sé por qué, y enseguida salgo a la calle.
Miro, como siempre, la vidriera de Zivals. Todos esos discos que quisiera tener
y no puedo, pero igual me las rebusco bastante bien copiando en cassettes todo
lo que esté a mi alcance. Me mezclo entre criaturas sombrías y sin gracia. Esos
que se bostezan unos a otros dialogando acerca de una vida de fotocopias, de
papel de calcar grasiento, de lágrimas berretas que nunca terminan de rodar.
Pienso en cosas horribles, pero yo no estoy afuera, también formo parte del
paisaje disperso. No pregunten ni me escarben, sólo permítanme ir atravesando
vidrieras prisioneras. Esas frases penosas que a uno solo se le ocurren cuando
está en bajón.
Los edificios atrasan, la gente adelanta, pero todos nos
trasladamos midiendo el punto exacto en donde nos vamos a encontrar para
anularnos mutuamente. O quizá nos perdonemos para luego decidir marchar juntos,
abrazados a la melancolía de extrañar aquellas cosas que nunca sucedieron, que
nunca nos animamos a hacer y que de tanto engrupirnos ya no sabemos si pasaron
o no. Es una magistral clase de autoengaño. Paso frente a una puerta abierta.
Me detengo y puedo ver a alguien que está parado frente a un espejo redondo
afeitándose. Al final del pasillo hay una vieja que barre y barre. Un
conventillo que aún subsiste sobre la avenida Corrientes.
Miro otra vez las vidrieras y veo un montón de cosas que no
necesito, pero de tanto oír acerca de su condición de imprescindibles logran
confundirme. Lo acepto. No soy tan sabio como para desviar la vista. Abro la
bolsa en donde llevo esos bajones secretos que siempre me perturban. Los empujo
hacia abajo, con la idea de apretarlos y cerrar la bolsa, pero los hijos de
puta se la ingenian y salen, flotan, dibujan formas conocidas y me acusan, se
ríen, gritan, dicen divertirse porque hace años que no logro espantarlos. Un
día voy a prometerme no tomar más pastas, me ponen bien un rato, pero el bajón
es imbancable.
Lo cierto es que la desesperación dejó de ser una puerta de
acceso a la vida y entonces ya no sé cómo llegar a ella. Oigo gritos y
palabras, precios, descuentos, ofertas y desalojos, pero no veo los timbres que
tanto estorban a los fabricantes de mangueras.
Hay en el aire un observador metafísico con cama adentro
que nunca deja de fichar. Tiene un gigantesco cuaderno color azul para sus
anotaciones y subraya con rojo los cuerpos vigilados, una lista que crece
diariamente en Vigilandia. Ayer; sospechosos subversivos; hoy, posibles
narcotraficantes o desestabilizadores del alfonsinato. Lo importante es que
siempre hay buenos motivos para picanear el ánimo rebelde de los desatados, aquellos
que por conducta suelen alejarse de la orilla. ¿Cómo se llamaba ese libro que
me prestó Malena hace unos meses, de Antonio Di Benedetto? Uno viejo. Cuenta la
historia de un tipo atrapado en una colonia española. Espera un nombramiento
que nunca va a llegar. Habla sobre peces que nadan con furia en las aguas de un
río sucio, que se los quiere sacar de encima, entonces ellos andan por la
orilla. Enloquecen malgastando energía por aguantar y lo que esperan es que los
expulsen de toda esa roña, que es su propia historia. Me acuerdo que al
comienzo dice Di Benedetto que le dedica la novela a las víctimas de la espera…
puta madre, qué bronca me da cuando quiero acordarme de un título y no puedo.
Pasa una mina hermosa pero a la vez intrascendente. Observo
que lleva con orgullo prusiano el respectivo uniforme de individualista
estandarizada. “¡Vení, nena! disfrutemos la risa feroz del placer instantáneo,
un forro amortiguará el veneno que quizá llevemos. Después fabricaremos filtros
para salivas sospechosas, porque ya sabés: es peligroso el sueño de rozarnos la
piel en los poquitos lugares preparados para jugar y percibir, en cuanto al
resto ni noticias”. Su majestad, la princesa satánica, va desapareciendo, yo
también. A medida que el movimiento empuja la ciudad va recurriendo a otras
formas.
Los comportamientos se guían a partir de nuestras
percepciones de la realidad pero cómo hacemos cuando esas percepciones
provienen de una realidad desconocida. Camino con la sensación de ocultar un
secreto hueco, una mirada vacía.
Navego sabiendo que nos encierra y nos sacude, por enésima
vez, y en el mismo frasquito, un científico de mierda que prueba y prueba pero
nunca acierta. ¿Por dónde pasará la afirmación de la vida? ¡Eh, señor, señor!
¿Y yo? ¿podré algún día viajar en el bondi de los felices?
Navego y voy. Esta vez a través de un océano de pegamento
en donde me revuelco y respiro el pesado aire indigente de la soledad. La
niebla creciente debe tener un significado, qué sé yo. Empiezo a pensar que
estoy en uno de mis peores bajones. Anfeta que me hiciste mal y sin embargo te
quiero… Detengo la marcha frente a una librería, asustado por un creciente
murmullo. La curiosidad me obliga a darme vuelta y allí descubro a un tipo que
seguro huyó de una serie de dibujos animados. De buenas a primeras toma forma
humana y decide semblantearme. Acusa trabajar en un noticiero de TV sin dejar
ni siquiera por un instante de mirar alrededor, este también se tomó unas
anfetas. Su paranoia supera a la mía. Explica, al pedo, que lo suyo son las
encuestas callejeras, mientras me apunta furioso con el micrófono. No puede
parar de recitar argumentos ininteligibles a una velocidad altísima para mi
gusto. Se arrima otro tipo que lo acompaña y parece encañonarme con una cámara
de video en sus manos. Yo no estoy pero ellos nunca se van a dar cuenta.
–¿Pensás qué la corrida sufrida por el
dólar en el día de ayer se trasladará al mercado minorista generando, de esta
manera, un clima de inseguridad con respecto al plan económico?
–¿Me lo preguntás en serio, loco?
–Obviamente... ¿vos qué sentís?
–¿Qué siento? eh… ah, sí, ya sé, pero
es un mambo mío, es algo así como que... saltando en mi cara la mejicana, un
fugitivo se entrega...
–¿Qué decís, boludo? ¡Pero andá a la
puta que te parió, forro! -gritó enloquecido el del micrófono, tomándose la
frente con la mano libre.
–¡Apagá la cámara, Julio, por
favor! Este boludo de mierda arruinó la nota... ¡pedazo de pelotudo!
–¡Andate a la puta que te parió,
ortiva! -respondí desafiante
antes de girar y seguir- metete el micrófono en el orto y revolvelo….
Navego, navego y voy, no escucho el oleaje y eso
asusta. La quietud en estos momentos no es bienvenida, recuerda a una invasión
que no puedo definir. El diariero aúlla con euforia costumbrista un par de
desinformaciones de hoy. Desde una vidriera cargada hasta el techo de
electrodomésticos, un televisor envía mensajes silenciosos que capto con
claridad. (¿Cómo será tener éxito? levantarse a la mañana
sabiendo que seguirán, aunque sea por un tiempito, manteniéndote los vicios. Si
lo que quiero es eso, tengo que copar los medios, ser parte de ellos, es que en
apariencia sólo existe aquello que muestra la TV. ¿Será que lo que no aparece allí
no existe, o porque nuestra realidad ya no puede ser registrada? son unos
reverendos hijos de puta armando el reglamento en soledad. Lo “artístico” se
expresa en ella, cosas “imprescindibles” se publicitan en ella, las
“inquietudes” de la gente son las que en ella se muestran, ¡puta madre, cómo me
duele la espalda, estoy fisurado... siempre puteo por el bajón de anfeta, pero
siempre vuelvo a tomar, loco... ¿y cómo hace un pobre gil para entrar ahí y
contar lo suyo?, ¿los que están adentro del asunto pertenecerán a una sociedad
secreta?, ¿serán masones como era el cerdo de Sarmiento?)
La orden es mirar pasar el mundo por televisión y no ser
protagonista de nada, ni siquiera de una historia berreta para contar en el
barrio, en los ascensores, en la cola del almacén, o en el colectivo, cuando se
queda y hay que esperar al que viene atrás.
Los ostentadores del éxito opinan, deciden, cuestionan,
sufren, gozan, crean, mienten, cogen, se juntan, se separan, odian, aman y
marcan el paso a las millones de sillas de ruedas que se arrastran sobre las
lágrimas que derrama quien va adelante. ¿Cómo acostumbrarse a cantar canciones
ajenas, a reír o llorar por emociones ajenas, o a votar ideologías ajenas?
¿será que es la nueva profesión esto de criticar o aplaudir siempre desde
afuera, mientras se los ve tan vivaces a los de adentro? Y a esos que trabajan
de cuestionadores ¿quién va a creerles? Si realmente estuvieran en la oposición
no los hubieran dejado entrar a los medios. Este sistema será todo lo turro que
uno cree pero boludo no es. Miro la pared donde algún sabio se adelantó y nos
escribió: “En caso de decepción, rompa la expectativa”. Bien.
Cuestionamientos en la superficie sí, pero ojo con pasarse
de la raya. Y claro, el sistema necesita una serie determinada de figuras. Hace
la elección, elabora el plan y los manda al frente. Luego los medios de
comunicación se encargarán de promocionarlos. Incluso se los busca populares,
de acuerdo al tipo de mercado, porque cierta “legalidad” cultural les dará una
mayor legitimidad política. Es increíble la manera despojada de todo
sentimiento con que estos tipos faenan la humillación ajena. Y pensar que uno
sigue ahí, durmiendo una siestita en la cámara frigorífica.
Cuando escucho a los “famosos” quejarse por “problemáticas
situaciones” que atraviesan, creo que se le está faltando el respeto al
sufrimiento, lo putean. Se olvidan de los que padecen la explotación del poder,
de los heroicos anónimos que forman esa masa de maniobra política. Aquellos
mansos que se dejan arrancar de sus bolsillos los fondos necesarios para
solventar los gastos producidos por la farándula “sensible”. No se le puede
pagar tanto a un fulano sin previamente cobrarles a muchos menganos el impuesto
al excluido. Y esto recién empieza, no quiero imaginarme dentro de diez o
quince años, millones de argentos yendo en caída libre por el espacio infinito,
y otros millones ocupados en sus planes, pasándose por el culo, una vez más, la
desgracia ajena. A lo sumo enrejarán sus casas, pagarán un fuerte aumento a las
compañías de seguro y dirán en reuniones de amigos “lo que pasa es que los
negros no quieren laburar”. O esos turritos con más cultura que hablarán de
populismo, asistencialismo, y decenas de argumentos pseudointelectuales, que
los ayudarán a no comprometerse con nada, excepto con su aislamiento. Pero lo
que los muy boludos no saben es que ellos también están en la cola, sí, claro, solo
más lejos de las ventanillas que reparten desgracias. Por eso, porque no las
ven, creen que están en otra cola, pero habrá un tiempo para ellos, figuran en
las listas de futuras víctimas.
El centro de Buenos Aires crepita, vuelca su cóctel de tragos
hediondos, mientras unas viejas voces siguen entonando los mismos
remordimientos de siempre. La verdad es que no me joden los ruidos, ni los
edificios, ni el humo, ni toda esa cantinela. Tampoco esa gente multiplicándose
al pedo y sin talento. Merodea el miedo, y el patetismo goza de licencia
social. Me agobia el ardor creado por la
certeza de saber que no soy aquello que soñé, como si hubiera organizado mi
propia mentira y ahora enfrentara los dilemas metafísicos de todo vencido. Es
absurdo lo absurdo de llevar una vida absurda. Soñar con ser maquinista de
tren, jugador de fútbol, astronauta, arqueólogo, protagonista de películas de
terror, no asegura para nada una vida lejos de las estatuas manchadas, de los
guardianes de museos, o de los atropelladores de universos paralelos.
“A ver, mi amigo, venga, acérquese, intégrese al grupo y
cuente lo suyo, deje que fluyan esas emanaciones del alma que nos sanan.
Desplace la energía negativa, sienta la contención de sus iguales, visualice un
lugar en donde se sienta cómodo, pero ojo, le ruego que apunte el culo para
otro lado, ¿eh? y por favor, lo más importante, después pase por la caja”.
Bueno, allá no voy.
Debo reconocer que condené a quien no era como yo deseaba.
Que acusé de alta traición a todo aquel que no declaró eso que yo quería oír.
¡Qué imbécil! por tratar de esquivar el atajo que conducía a mi enfermedad me
perdí en el laberinto de las justificaciones. Creo que tengo el diagnóstico: lo
mío es “argentinitis” aguda.
(Alguien me enseñó que no existen conductas individuales
sino conductas socialmente condicionadas que compartimos con muchos. Ahora, yo
me pregunto: ¿por qué carajo nos ahogamos solos? Tantos frentes de lucha
sonando por ahí y sin embargo ninguno que nos amontone… a la mierda, cada vez
que pasa un bondi rápido me voy al carajo, mañana voy a estar limado, loco...
digo yo, aunque sea formemos una humilde “sociedad de desesperados anónimos”,
una pequeña asamblea en donde los excluidos, los descalificados, los desnudos,
los deformados, los que fuimos bochados en la selección natural, planifiquemos
una salida del camino negro que lleva a esta solapada “solución final”.
Y claro, cómo no va a ser así en un país marcado a fuego
por la violencia del autoritarismo. Un país en donde el modelo de educación y
cultura es un flor de hijo de puta, un nazi que sueña con el extermino de los
distintos, de los indios, de los gauchos y de los negros, y lo peor es que lo
llevó a cabo y encima lo premiaron. Resulta que el tipo fue un eterno
entregador de los bienes nacionales, armó alianzas con los imperios de turno
para darles lo que querían a costa de la muerte de miles de connacionales. Un
mediocre que falsificó la historia del país para inventar otra funcional a los
intereses de los peores que lo destrozaron.
Y bueno, si a ese gordo botón lo nombran “padre del aula”,
cómo serán los burros, loco.
Así fui llegando al obelisco. El monumento a la erección
porteña que le dicen. Si es así me pregunto cuándo vendrá un intendente copado que
haga construir encima de él una concha enorme, así se nos pasa esta bucólica
melancolía. Claro que se van a levantar todos los curas y armarán un buen
quilombo, pero bueno, ahí el Estado Benefactor tendrá que invertir un buen
billete en consoladores y cerrarles el culo a todos los chupacirios, o abrírselos
un poco más.
El entorno es un desfile de perplejidad. Seres mecánicos,
displicentes, sincronizados por una desazón colectiva en grado creciente. Una
masa amorfa que disfruta cada día de una absorbente rutina espartana. En toda
transformación química, la masa total de los cuerpos resultantes es igual a la
masa total de los cuerpos que desaparecen. Me pregunto si esta ley se cumplirá
en Vigilandia, yo tengo mis dudas, lo voy a consultar con mi amigo Carlitos Tecno,
que de eso sabe bastante.
Estoy sobre el cordón de la calle Cerrito esperando la
orden del semáforo que habilita el paso. En ese momento veo un grupo de gente
moviéndose en conjunto. Están en la plaza de enfrente, una de las dos que rodea
al obelisco. Los autos pasan y la gente parada delante de mí impide que tenga
una vista clara, entonces aprovecho ese tiempo para pensar.
(“Hoy no hay ninguna marcha, además, si no recuerdo mal hoy
es martes trece… ¿a quién carajo se le va a ocurrir arriesgarse con una movida
en un día así y en un país como este?”)
Apuro el paso, es más, hasta corro en diagonal para tratar
de ver qué ocurre porque mi curiosidad crece. Además, por primera vez en el día,
me intereso por algo.
Llego a la plaza y de inmediato me mezclo con la gente.
Pero a los pocos metros clavo el freno para observar, justo a mi izquierda, a
una minita que logra desconcentrarme. Es más linda por lo sugerido que por lo
exhibido, lo cual representa una carta de presentación que atrapa. Tuve ganas
de cantarle aquel tango de Discépolo: “Ibas linda como un sol, se paraban pa’
mirarte”. Sostiene un megáfono con su mano derecha y repite una consigna sin
parar: “Liberación emocional o dependencia divánica”.
Es muy bueno, lejos, lo mejor que escuché por estas horas.
Sobre las cabezas sorprendidas se alzan unos carteles confeccionados a mano que
anuncian: “Segunda Jornada Internacional de Lucha Contra el Psicoanálisis”. Es
fácil comprobar que concitan las miradas de todos los transeúntes. En algunos
de éstos noto un dejo de envidia que no pueden disimular, hasta se les ve
cierto resquemor en la forma de escudriñarlos. Todo parece una tira viviente de
humor negro.
Hacer algo así, justo en esta psicociudad, en este inmenso
diván, en donde tantos recurrentes de la moda dudan entre anotarse en un
gimnasio aeróbico o ir a un consultorio psicoanalítico aerodinámico.
Mientras tanto, unos cincuenta avanzados desparraman
incoherencia inteligente, de esa tan temida. Van dando vueltas por la plaza con
sus carteles, arrojando volantes en blanco y negro, largan consignas que
intentan provocar, ¡y la puta cómo lo logran! Si me dejo llevar por la
imaginación, que la noto ausente, pensaría que están armando un rompecabezas
posmoderno.
Una pelirroja alucinante, con suficientes pecas como para
pecar, anda por ahí. Desprende cierto aire seductor que capto de inmediato. Su
pelo largo y algo enrulado cae sobre una camisa hindú con distintos tonos de
azul. La pollera es larga y de colores variados. Se mueve con un terapéutico
andar sensual que enloquece al toque. Por suerte viene hacia mí y se arrima con
su pancarta. Con gran intuición buscó mi mirada cómplice y, transformándose en
un lanzallamas sexual, se descarga con animosidad:
– Tenemos que dar una respuesta
política frente a la infiltración psicoanalítica que amenaza a los jóvenes. El
“Estado mundial” ha enviado a los domadores de psiquis a defender la mentalidad
común con el fin de que este sistema capitalista les entre a todos los
ciudadanos. El objetivo es capturar a aquellos que se resisten a caminar junto
al rebaño, aislarlos y cubrirlos de culpa. Una vez capturados serán dominados,
resignados a una información falsa sobre sì mismos, terapia mediante, y
provistos del entrenamiento suficiente, volverán a insertarse en el mercado. Claro
que esta vez con un suave tufillo a muerte por inteligencia.
(¡Qué buena
está!, parece que quiere que la escuchen, “let
me take you down, ´cos I´m going to Strawberry Fields, nothing is real and
nothing to get hung about...”)
– ¿Te parece, hermana?
–Pero claro, los vemos todos los días
deambulando por el mundo en estado hipnótico, inoculando ingenuos con el virus
de la neurosis. (A la mierda, qué maestra, mirá con lo que me recibe.)
–¿Y cómo reaccionan ante la presencia
del enemigo?
–Ellos forman una hermandad, se
reconocen. Pero frente al enemigo común se quedan en silencio para luego
avanzar degradando, crean falsos tormentos mediante su pseudociencia.
–Me sorprende tu convicción…
–No lo dudes, loco. Compará la sociedad
de los sesenta con la actual, por ejemplo. ¿Dónde están aquellas ansias de rebelarnos
ante la hipocresía? Pensá en el mayo francés del `68 y sus consignas: “La
imaginación al poder”, “Viva el orgasmo”, “Prohibido prohibir...” pensá en
tipos como Lennon, Dylan, Jim Morrison, el Che, ¡no! a los poderosos no les
gustó para nada todo ese movimiento que estaba naciendo... y uno de los caminos
para frenar ese mensaje fue el plan psicoanalítico. Fijate esto: llevándonos
hacia la infancia secuestran nuestros cuerpos jóvenes justo en el momento en
que empezamos a dar batalla. No, compañero, ellos saben que en este sistema no
hay salida, se hacen los boludos porque todavía ganan buena plata. El día en
que el ajuste los empiece a dejar afuera no sé cómo van a hacer para reunir a
toda la gente que ellos separaron, y lo más trágico es que la van a necesitar
para luchar por su regreso, pero ya va a ser tarde para la solidaridad. Ellos
metieron en la cabeza de sus clientes la idea de que lo único importante es
llevar a cabo el propio deseo, y como en este sistema el único deseo es
competir para aplastar al otro fuimos derechito a la sociedad caníbal. Pero te
confieso algo: ellos solamente van a acusar recibo el día que los integrantes
de esa sociedad les tiren abajo las puertas de sus casas para robarles. Cuando
golpeen a sus hijos por la calle y tengan que vivir encerrados gastando un
presupuesto altísimo en seguridad. Por eso tenemos que enfrentarlos y
arruinarles el plan.
Ella pareció extenuada por el discurso.
–Sí, en un punto te doy la razón,
porque al final quieren que culpemos a nuestros padres por la suerte corrida y
no a este sistema de mierda que explota y destruye... y en esa destrucción
también cayeron nuestros viejos, abuelos y antepasados... buscamos a los
culpables entre nosotros y así nos empujan a la inversión de la carga de la
prueba, para después terminar culpando a las víctimas…
–¡Eso, exacto! y en esa van a caer
todos los que vengan atrás si no los detenemos...
–Sucede que este sistema salvaje nos
lanza a ser nuestros propios lobos. Mientras tanto, los domadores, como vos
decís, son premiados con nuestro dinero. Grandes casas, viajes a Francia para
que les bajen línea, chapa de inteligentes, el monopolio de una profundidad
sacarinada, vacaciones pagas durante todo febrero. Una acumulación de poder,
que es lo único que les interesa.
Ella me miró bordeando la fascinación, o al menos eso
pareció con una pequeña exageración de mi parte. Un reciente entusiasmo se
encargó de llevar brillo significativo a sus ojos marrones. Yo la observaba a
través de ese microscopio que uno saca ante la posibilidad de un levante. Lo
bueno es que la imaginación nunca me abandona. Inventaba discursos a la
velocidad de la luz con el afán de abrir el tema, pero sin dejar de tratar de
seducirla, ni de observar su reacción. Entonces sin pensarlo dos veces propuse:
–Pidamos una ley que castigue con
severidad a los traficantes de culpas... y otra ley que declare una reforma
agraria en el campo freudiano…
(¡qué bueno para ponerlo en un tema!)
–Está bien, banco el sentido del humor,
pero no... no vamos a imitar su autoritarismo, solamente queremos espacio para
expresar nuestras ideas. Nosotros no luchamos ahora para después ocupar el
lugar dejado por los explotadores. Tampoco vamos a cobrarle a los confundidos
por el alquiler de nuestros oídos. Alguna vez va a llegar el día en el que será
posible hacer el bien sin dañarse ni a sí mismo ni a los demás, y esto, no sé
si sabés, está en evidente contradicción con la teoría freudiana.
– Bueno, tampoco es para asustarse
tanto con el psicoanálisis... después de todo es solo una teoría, una fiebre en
algunos barrios de Buenos Aires y la zona norte. Lo que no entiendo es por qué
pegó tanto acá. Sacando Argentina y Francia, me parece que no le dan bola en
ningún lado...
–Me parece que acá pegó por dos
razones: la primera es porque a los argentinos nos dejaron sin identidad.
Siempre desde el poder se buscó la aniquilación cultural y entonces se proponen
jueguitos inofensivos; la segunda es porque hay una gran careteo con lo
profundo, y la cosa “progre” queda bien, loco… andar por ahí diciendo que uno
se analiza, que asume sus propias cosas para verlas y todas esas boludeces da
cierto status, pero todo es una gran farsa. Psicoanalistas y clientes se cagan
en la solidaridad, no es más que un simple mercado sofisticado que no atiende
los verdaderos problemas del mundo. Cuando cierran la puerta del consultorio se
escudan detrás de una indiferencia egoísta porque saben que facturaron bien, y
eso es lo único que importa. El día que les falte el dinero entonces saldrán a
hablar de crisis. Te lo digo yo, hija de psicoanalistas.
–Ah, pero entonces parece que tu asunto
es otro... porque se me ocurre que mañana a tu viejo lo nombran presidente de
Boca y vos qué hacés: organizás una suelta de gallinas en Plaza de Mayo...
–No seas ingenuo...
-¿Por qué me decís eso?
-Porque al final caés en la misma farsa
de ellos. ¿qué te pensás, que todo es un problema familiar? Ni ahí, no es así,
eso es un reduccionismo que no sirve.
(Ves, tengo que tener sumo cuidado, encima es hija de psicoanalistas, con razón
se expresa así, está demasiado buena como para mandarme una pelotudez, ¿qué
hora será? Si veo que hay onda le digo que tengo un canuto.)
De todas maneras noté en su sonrisa que mis ideas
comenzaban a arponearle el corazón. Es que ella iba descubriendo de a poquito
esa tierra con que todos soñamos, la de la complicidad. Aproveché la pausa
romántica para salir un poco del tema y ponerla a prueba. Ya algo más distendida contó que era
estudiante de comunicación social, que vivía en Floresta, que el viejo era
psicoanalista y la madre también, pero que no ejercía porque trabajaba en una
agencia que organizaba viajes a Israel, para llevar gente a una guerra en
nombre del racismo, lo cual hizo que ambos larguemos una carcajada con bronca al
unísono. Pero ella retomó:
–Con toda la gente desorientada tenemos
que armar un frente de lucha más humano, la vida está en la comunidad y no en
los divanes...
–A mí me parece que toda esta cosa
europeizante va en declive en la medida que nos alejamos de los inmigrantes.
Ellos trajeron esta idea de sentirnos exiliados, de adorar cualquier pelotudez
que venga de allá, esos compromisos de mierda con las tradiciones, con la
culpa, el pecado y toda esa mentira judeocristiana. Siempre pensé que los
orientales se deben cagar de risa de cosas occidentales como el psicoanálisis.
Hubo un tipo llamado Gurdjieff. ¿Lo conocés?
–No me suena….
Puse un tono docente:
–Gurdjieff fue un maestro de maestros,
él lanzó la idea de unificar la comprensión de Oriente con el conocimiento de Occidente,
la del trabajo holístico, la de que tenemos que dejar de actuar como máquinas…
Cuentan que en una reunión en París conoció al joven Freud, ¿sabés qué dijo
después de conocerlo?
– Ni idea.
–“¡Creo que este muchacho es muy
ingenuo reduciendo el problema del hombre a dos o tres yoes!” Claro, Gurdjieff
conoció tantas disciplinas orientales, recorrió tantos lugares recónditos
reuniéndose con hombres notables que no le cabía ninguna. A Freud le faltó
misticismo tanto como le sobró europeísmo, por llamarlo de alguna manera. Ves,
en eso Jung lo superó. Además, toda cosa que generaliza está condenada a
muerte. Se pueden tomar algunas cosas, ciertas ideas, porque al final de
cuentas hay que reconocer que el viejo fue un fenómeno. Pero de ahí a tratar de
cumplir a rajatabla con su dogma me parece de una simplicidad muy burda. No
tienen apoyo científico como para argumentar la película que ellos necesitan
filmar. Dicen que el psicoanálisis es una ciencia, pero parece una broma de mal gusto. Critican a los
religiosos y ellos, al final, cayeron en la misma trampa. Fijate que creen en
una pavada impresentable como el Determinismo, que es sólo una pajería. Si en
este tipo de cosas existiera la generalización, el determinismo, la
necesariedad y todo ese tipo de reduccionismo, todo sería mucho más fácil, ¿no
te parece?
Ella miraba absorta, solamente esperaba la pausa para
seguir hablando mientras pensaba en su argumento, algo muy porteño. Pero yo
estaba detrás de cosas importantes. Discurseaba, trataba de usar palabras o
frases rimbombantes para impresionarla. Por eso ataqué antes que ella lo
hiciera:
–Lo que sucede es que a este sistema le
viene bárbaro dejar que un grupo de clase media haga como que se rompe la
cabeza. Que sean sólo ellos los que puedan establecer qué está bien y qué está
mal. Justo la clase media, esa misma que se pasa la vida oliéndole el culo a
los ricos, y que en el fondo los cuida porque no quiere perder su punto de
referencia, ignorando que ellos mismos siempre están en reposo. Mirá, ¿sabés
qué creo?: que son los curas confesores de la era moderna.
–Ah, un tío mío dice lo mismo, que son
rabinos de civil...
–Es buena esa… antes los curas eran los
líderes de opinión, la gente era más ignorante y corría a la parroquia para que
le indicaran qué estaba bien y qué estaba mal. Pero en sí nada cambia... no
aceptan las críticas y entonces acusan cierta “resistencia” en el rebelde; si
uno no siente lo que ellos ordenan es que lo ha reprimido, o tiene una
negación. Hay que reconocer que la armaron bien, aprendieron de los católicos
de la antigüedad, que te daban la iglesia y las brujas: si ibas a la iglesia
estaba todo bien porque aceptabas la domesticación; si te pasabas al bando de
las brujas descubrían que eras un opositor al régimen y te prendían fuego en
público, para que a todo el mundo le quede bien clarito el mensaje. Pero de científicos
sólo tienen el maquillaje, no investigan un carajo, solamente fantasean sobre
las fantasías de otros, lo que pasa es que son grandes chismosos sexuales y eso
arma la polémica. Escriben bien, lo cuentan con una estética muy fina. Pensá
que a Freud le dieron el premio Goethe como escritor… y no el Nobel por sus conocimientos
científicos…
(Chau, mirá la cara que puso, se ve que
esa no la tenía, bien, golazo, dos más como esa y a cobrar.)
Ella continuaba arponeada sin
posibilidades de soltarse. Su voz sonaba más dulce y los movimientos, tanto los
de la cabeza como del resto del cuerpo, iban girando hacia la seducción.
–Tenés mucha razón en eso que decís
porque los psicoanalistas son tipos que no distinguen la diferencia entre
fantasía y realidad, siempre dan todo como si fueran actos verdaderos y no
hipótesis a investigar y confirmar. Vos les contás un sueño, que puede ser
inventado o tergiversado porque uno no lo recuerda bien, y ellos se van detrás
del manual y empiezan a delirar…
En un momento pareció quedarse en
estado de reflexión mirando a un tipo que repartía unos volantes y que lucía
una nariz roja de payaso. De golpe volvió hacia mí clavándome una mirada de
confesión, como si hubiese recordado algo importante que estaba buscando.
–Tengo un amigo en la facu que tiene un
postulado adecuado a lo que decías recién. Dice que tanto el marxismo como el
psicoanálisis son simples géneros literarios en donde se identifica la casta
alfabetizada.
–Ah, bien el chabón.
–Con eso pretenden hacernos creer que
el deseo ficcionalizado de la burguesía puede torcer el curso de los
acontecimientos, de esta manera nos prometen un mundo menos salvaje, poblado de
seres inteligentes, mientras, de fondo, suena un concierto de diálogos
intelectuales.
–Tu amigo tendría que estudiar
sociología en vez de psicología.
Algo comenzó a cambiar en su mirada.
Apareció cierta dulzura que no se había mostrado y con un tono más femenino
preguntó:
–¿Cómo te llamás?
–Flenin.
–¿Flenin? ¡qué nombre extraño!
–Bueno, no tanto como todo esto que
armaron ustedes.
Señalé el entorno girando con soberbia
el índice.
–¿Qué es, un nombre de guerra?
–A pesar de las circunstancias, te
aseguro que no, es sólo una clave... ¿y el tuyo?
–Ana...
–¡Ana, cómo la hija de Freud! ¿Serás un
homenaje de tus viejos al maestro? ¡Qué loco!
La noticia me causó mucha gracia, pero a ella ninguna.
–Es una casualidad, no tiene nada que
ver. Mi vieja me dijo que es por el tema de Almendra, “Ana, no duerme”, supongo
que lo debés conocer…
–Bueno, bien por tu vieja, es spinettoide.
–Mi vieja es billetoide, lo que le
gusta es la plata, es lo único que la conmueve.
En situaciones como esta habitualmente razono y luego digo lo mismo, a
manera de táctica seductora: “La casualidad no existe, dado que el karma, es
decir, la ley de causa y efecto…”, pero ahora no puedo salir con ese bardo
determinista justamente ahora, me va a acusar de contradictorio, además que ese
curro del determinismo no me lo creo ni ahí. Bah, miré bien a esa mujer, a esas
tetas anarquistas, y supe ipso pucho, que valía la pena mandar las causas al
carajo... y entonces comencé a infiltrarme, como pude, en ese nombre.
Después de haber navegado durante todo el santo día comencé
a imaginar que un inmenso mar de flujo vaginal estaba allá, Corrientes abajo,
atrás del Luna Park. Tuve que conseguir mucha madera, pero cuando la balsa
estuvo lista subimos con Ana y partimos hacia la locura.
“Con mi inconsciente yo me iré a naufragar, con mi
inconsciente yo me iré a naufragar, ah, ah, con mi inconsciente yo me iré… a
naufragar, ah, ah, ah, a naufragar, ah, ah, ah…”
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